La Cruz

"Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí"
(Jn 12, 33)

La Cruz es acontecimiento salvífico y signo de amor

La Cruz de Cristo es, mucho antes que un símbolo, un acontecimiento. En realidad, deberíamos decir que en la Crucifixión tiene lugar, al mismo tiempo, un doble acontecimiento: En el orden natural, la injusticia de los hombres conduce a Cristo a la Cruz; mientras que en el orden sobrenatural, es Cristo mismo quien se entrega a la Cruz para hacernos “justos”. La Cruz es, simultáneamente, la consecuencia del pecado y su remedio.

He aquí el gran acontecimiento salvífico: Dios Padre nos ama y nos ha abrazado a todos en la Cruz y en la Resurrección de su Hijo. La Cruz de Cristo es, en consecuencia, la prueba y el signo del amor de Dios.

En la entrevista que Vittorio Messori realizó a Juan Pablo II, en el libro “Cruzando el umbral de la esperanza”, le preguntaba sobre el sentido del silencio de Dios ante el sufrimiento humano. La respuesta del Papa queda para nuestra meditación: “Si no hubiera existido esa agonía en la Cruz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar”.

La sabiduría de la Cruz

Es cierto que la Cruz es, en cierto sentido, una especie de “ley de vida”. Forma parte de nuestra naturaleza limitada y contingente, que en la actual situación, es inseparable del sufrimiento. Alguien afirmó, con un punto de humor, que el problema del transporte de las cruces está resuelto, porque se fabrican a domicilio…

Sin embargo, lo propio y lo específico del cristianismo es el estilo y la manera de aceptar y vivir esta realidad inexorable: La fe nos permite superar el miedo a la Cruz, en la confianza de que las cruces de la vida están pesadas en la balanza del amor. Santa Teresa de Jesús se atrevía a afirmar: «Quien amare mucho a Dios, verá que puede padecer mucho por Él; el que amare poco, poco. Tengo yo para mí que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor” (Camino de Perfección 32,7).

La experiencia de la vida cristiana nos enseña que cuando la Cruz es “abrazada”, pesa mucho menos que cuando es “arrastrada”. Los discípulos de Jesucristo estamos llamados a experimentar que las cosas más amargas pueden llegar a ser dulces a la luz del misterio de la Cruz.

La Cruz es misterio fecundo

La Cruz es fruto del amor solidario de Cristo. Jesús la abrazó identificándose con nuestra condición y con nuestro destino. De aquí sacamos la consecuencia de que la fe cristiana no nos ha de llevar a la pasividad: No podemos caer en la tentación de cruzar nuestros brazos, quienes somos seguidores de Aquel que murió con los brazos abiertos.

Ahora bien, el plan de Dios no se ha limitado a participar del dolor humano, sino que también ha querido que ese dolor pueda llegar a ser “redentor”. Ésa es la sabiduría de la Cruz que han entendido los hombres de Dios. La fecundidad no está en la eficacia de nuestras obras, sino en la unión de nuestra pequeñez e impotencia al misterio de la Cruz de Cristo. Así por ejemplo, el cardenal vietnamita Van Thuan escribía sobre la experiencia de sus largos años vividos en prisión, en los que tuvo la tentación de pensar que se estaban desperdiciando los mejores años de su vida: “Viendo la inutilidad «práctica» de mi vida, pensaba en Jesús en la Cruz: también Él estaba inmovilizado y no podía hacer lo que hizo en su vida pública… y, sin embargo, desde allí hizo lo más grande, redimirnos a los pecadores”.

Por todo ello, que a nadie le extrañe que “exaltemos” la Santa Cruz. Honramos y ensalzamos la Cruz de Cristo y, más aún, estamos “exultantes” de gozo por el misterio que en ella se ha revelado: el AMOR.

Autor: José Ignacio Munilla.

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